martes, 11 de octubre de 2011

Diálogo

El diálogo nos ayuda a caminar
Según el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, en su primera acepción un DIÁLOGO es una plática entre dos o más personas, que alternativamente manifiestan sus ideas o afectos.
Y es curioso como, en estos tiempos que vivimos, las personas de las sociedades industrializadas claman por que las escuchen, sin pararse a escuchar. Todos quieren hablar, todos quieren contar sus ideas, sus problemas, sus necesidades... pero pocos son los que se paran a escuchar las ideas, problemas o necesidades del otro.

Esta reflexión viene al hilo de una experiencia personal que tuve hace un año y que todavía colea (según he podido saber esta mañana).

Un amigo de mi mujer le envió un correo con un artículo del periódico El País que contenía las críticas del teólogo Hans Küng hacia Benedicto XVI. Ambos contestamos al correo del enlace de la noticia comentando nuestro parecer, que era, ni más ni menos, que en el artículo tan sólo se reflejaba lo que (al parecer de Küng) no había hecho Benedicto ni la Iglesia, obviando lo que sí realizaba. Yo fui un paso más allá y realicé una crítica, rebatiendo cada punto del artículo del teólogo en los que pensaba que manejaba datos o pricipios erróneos. En definitiva, estuvimos expresando lo que pensamos sobre los textos de Küng en esa ocasión.

Sin embargo, la respuesta que encontramos de este amigo fue asombrosa, ya que, lejos de entablar un diálogo (tal y como lo plantea la Real Academia), contestando e intentado discutir nuestros argumentos, prefirió pasar al ataque, y con ataque me refiero a los insultos que utilizó para desprestigiarme, llamándome intransigente, comparándome con grupos ultras o tildando mi reflexión de "estrategia cobardica". Es decir, que sin establecer la segunda parte del diálogo (que hubiese sido el expresar sus ideas o intentar hablar sobre cual de las partes de nuestro correo era errónea según su forma de pensar), pasó directamente a etiquetarnos. Se sintió insultado porque debatí y expresé mi opinión sobre lo que un tercero pensaba.

Siempre he defendido a las personas por encima de las ideas. Una idea nunca vale la sangre de nadie. Si para defender una idea, hemos de dañar a otros, esa idea no merece la pena ser defendida.

Pero este mismo sentimiento me conduce a la escucha. Me gusta escuchar a las personas, ya que las experiencias de otros siempre me llevan a conocer aspectos de la vida y de la humanidad que quizás no me haya parado a reflexionar, o simplemente no haya conocido.

El diálogo es la herramienta por la cual crecemos como personas en todas las facetas de nuestra vida. Aprendo actitudes y formas de pensar de las personas más dispares. En cuarenta y cuatro años de vida, he recibido lecciones de vida y humanidad de personas de otros lugares del mundo, de personas de otras confesiones religiosas y de personas de ideologías políticas distintas a las mías. Incluso algunos de estas personas han pasado a ser amigos personales con los que comparto mucho de mi tiempo. Y no solo por sentirme escuchado, sino por lo que aportan a mi vida con sus actitudes, opiniones e ideas.

Pero es imposible dialogar con quien no quiere escuchar. Es muy difícil saber si estoy equivocado y aprender a enmendar mis errores, si cuando expreso mis ideas, el otro prefiere insultar a mostrar su forma de pensar. Como comentaba al principio, la plática con otra persona en la que alternativamente manifiestamos nuestras ideas o afectos es un ejercicio con el que disfruto, siempre sin "etiquetar" al otro desde mis prejuicios.

Sin embargo, cuando me encuentro con personas que prefieren insultar y etiquetarte, en lugar de dialogar, tiendo a mantener distancia entre esa persona y mi entorno, ya que creo que dificilmente va a aportar algo positivo a mi aprendizaje en la vida.

No soy perfecto, ni lo pretendo. Para mí la perfección no es una meta, sino un camino. Siempre tenemos algo que aprender y nunca llegamos al final, aunque algunas veces pensemos que es así y que nadie nos va a enseñar nada nuevo.

La experiencia de nuestros mayores es un patrimonio por explotar. El entusiasmo y la frescura de ideas de los jóvenes son valores que deben animarnos diariamente. La inocencia de los niños nos muestran caminos de sencillez a problemas que creemos complejos. De todos ellos aprendo, por eso intento escucharlos a todos.

Nadie tiene la Razón, pero juntos podemos llegar a encontrarla.