jueves, 23 de junio de 2011

Lecciones

El otro día mantuve una conversación con una vecina, y un detalle que comentamos sobre la educación de los hijos me hizo reflexionar.

Su hijo, hace algunos años, se sentía desplazado y marginado porque era el único de sus amigos que no tenía móvil.Y resulta que esta situación es un mal endémico desde siempre. Recuerdo que a mi sobrino le llamaban "pobre" sus amigos (en los noventa) porque no tenía unas zapatillas Nike, y ésto suponía una humillación para el chaval. Yo mismo, en mi adolescencia (en los ochenta), fui tachado de "antiguo" porque no estaba al día de las novedades musicales y no tenía los discos de los grupos de la época, o por usar vaqueros que no fueran Lois.

En cada generación, la sociedad de consumo impulsa en la juventud valores para medir la popularidad de los jóvenes. Y siempre aparece el listo del grupo que tiene acceso a lo último, avasallando al que no lo tiene. Suele ser el que marca la pauta de la pandilla y el que pone el listón y las condiciones para ser aceptado y formar parte del mismo.

No siempre sucede de forma jerárquica, ni lo expresan como situación de mando militar. Es más bien, una norma no escrita que se refleja en frases cliché y lenguaje corporal: "Vamos, me vas a decir que tu padre no te puede comprar un X" o "¿Cuándo van a comprarte un X?" , y sustituye la equis por el artículo que el joven, líder de la manada, marca como necesario para "estar al día" (móvil, portatil, moto, tatoo, carnet de conducir... o en otros tiempos, un disco de música, unos Levis, etc.).

Además, hoy día, existe la corriente paternal de adaptarse a estas normas de grupo, también con frases cliché conocidas: "¿Cómo no va a tener mi hijo un X como el de los demás?", sustituyendo la X por cosas como una Comunión, un ordenador, un viaje a Disneyland, etc. Aunque esos padres se tengan que embarcar en deudas que superen sus posibilidades económicas, se doblegan a la norma consumista de "no ser menos que el vecino".

Y ¿qué mensaje le estamos mandando a l@s niñ@s y jóvenes?

Esta actitud, más o menos generalizada, lleva un mensaje subliminal que el chaval capta: "Tengo derecho a tener lo que yo quiera". Y ese mensaje empieza a ser norma de vida y exigencia de los adolescentes.

Este hiperpaternalismo impulsado por el motor de la envidia, está llevando a los jóvenes a una situación de depresión e insatisfacción constante ante la vida. Porque, no nos equivoquemos, en la máxima "¿Cómo no va a tener mi hijo tal cosa?" no está primando la necesidad del niño, sino la inquina premura de no sentirse inferior a los demás por no poseer o acceder a ciertos bienes materiales.

Sin embargo, estos padres no llegan a comprender que el tener las cosas no conlleva la plena satisfacción. La paternidad condescendiente que hace darle a sus hijos todo lo que piden (incluso lo que no piden, pero que otros tienen) lleva a un estado de confusión en la mente de los chavales, debido a que más tarde, la vida y la misma sociedad, se encarga de enseñarte "por las malas" que nadie posee todo lo que quiere. El que ansía la posición del que tiene dinero no sabe cuales son las condiciones de poseerlo, ni piensa que el más billonario del mundo suele ansiar cosas que no tiene (amistad sincera, salud, intimidad, anonimato o cualquier bien inmaterial que no compran todos sus millones).

Nadie, en esta sociedad consumista, tiene todo lo que quiere. Y cuanto antes se aprenda la lección, más fácil será asimilarla y descubrir las consecuencias derivadas de la misma. Pero la actitud hiperproteccionista de los padres del siglo XXI está llevando a que sus hijos no aprendan esta lección. Y cuando los chavales tienen que asumirla, no comprenden por qué es así, lo que les lleva a un estado de apatía y depresión que los lleva al conformismo y a la reclusión social.

No tener todo lo que uno quiere no es negativo ni malo. Lo importante es saber sacarle fruto a lo que se tiene y disfrutar con ello. Dice una frase popular que "No es más feliz el que tiene lo mejor, sino el que hace lo mejor con lo que tiene", y, en definitiva, ésta es una de las premisas de la vida para alcanzar un estado cercano a la felicidad suprema.

Hoy día se tiende a vivir como marqueses, siendo asalariados. Y a gastar a largo plazo, para obtener todo tipo de bienes materiales (a veces innecesarios) que suelen durar menos de lo que dura la deuda.

Hay que aprender a SER y no a TENER, ya que el SER y el SABER abren muchas puertas que el TENER no es capaz de abrir. Cultivar valores desde pequeños como la responsabilidad, o descubrir los beneficios del sacrificio (no como martirio, sino como la capacidad de privarse uno mismo de bienes inmediatos para conseguir bienes futuribles) son valores hoy en desuso. La inteligencia del ahorro o de la buena administración, a la par de la enseñanza en el respeto hacia los demás, son normas básicas para alcanzar la felicidad que no se practican.

Y estas lecciones no aprendidas nos llevan a problemas que se vuelven irresolubles, como la desilusión de la juventud, las depresiones, la ruptura de familias o la sensación de vivir sin sentido, esperando a una muerte inexorable, momento en el cual nos plantearemos qué hemos hecho con nuestra vida y qué legado dejamos a los que vienen detrás, en un intento desesperado de arreglar lo que se pudo evitar muchos años atrás.