jueves, 24 de febrero de 2011

La dignidad

Hace unos años, tuve la ocasión de ponerle precio a mi dignidad. Y no lo hice.

Ser transparentes para poder reflejar la belleza
Regentaba un negocio que tuve que cerrar (por cuestiones ajenas al mismo) y empecé a liquidar las mercancias. Muchas de las mercaderías habían sido vendidas y no cobradas (me topé con varios clientes que no me pagaron), por lo que después de clausurar el negocio me quedaron deudas por solventar.

Pedí tiempo para rehacer mi economía y poder pagar y me fue concedido (con el consiguiente aumento de la deuda en concepto de gastos de renegociación). Pero los vientos no me fueron todo lo favorables que necesitaba, por lo que recurrí a solicitar un préstamo personal y liquidar mis obligaciones.

Una de las personas que confiaron en mí para poner en marcha el negocio, cuando liquidé su deuda (realizando un gesto que agradezco) me dijo: ¿Vas a pagarme también los gastos de renegociación? ¡Eso no lo paga nadie! A lo que le contesté: ¿A quién molestaran si yo no pago esos gastos? El me respondió: A mi.

Y mi única respuesta fue: Tú confiaste en mí y no tengo necesidad de ponerte en evidencia ni causarte problemas por 100.000 ptas. más.

En ese momento comprendí que, de haber accedido a su "favor", mi dignidad y credibilidad como persona hubiese quedado establecida en ese importe metálico.

"Vales tanto como tu palabra" es una frase que me impresionó hace años. Y es una verdad contundente.
Cuando una persona, por salvar su credibilidad, jura por lo más sagrado (a sabiendas que lo que mantiene es una mentira o una calumnia), acaba de poner precio a su dignidad, y, por consiguiente, a su credibilidad.

Antiguamente, los negocios se cerraban con un apretón de manos, y la palabra de un caballero era garantía de efectividad.

Hoy día, en nuestra sociedad comandada por las palabras, éstas mismas no son índice de garantía para nada.
Muchas personas mienten y calumnian con tal de aparecer como infalibles y fiables. Y temo encontrarme con alguien que asegure algo "jurándomelo por sus difuntos", ya que es un término que me suele indicar poca fiabilidad y, por supuesto, nada de dignidad.

Una experiencia reciente ha motivado esta reflexión. Alguien a quien apreciaba, ha afirmado (jurando "por su madre difunta") algo que sé de primera mano que es una calumnia hacia una persona a la que estimo.
Y lo sé porque estuve presente en la conversación. Escuché lo que esa persona dijo hace unos años, y ahora, este personaje jura que la otra persona dijo lo contrario. Y todo para encubrir los errores cometidos en una actuación.

Como comentaba al principio de la reflexión, este personaje le ha puesto precio a su dignidad (una calumnia y una mentira) y ha anulado su credibilidad, causando un daño moral hacia una persona íntegra.

Si valemos tanto como nuestra palabra, tendremos que cuidar QUÉ decimos y CÓMO lo decimos. Y cuidado, que ya lo dice el refrán: "Se coje antes a un mentiroso que a un cojo".