martes, 11 de enero de 2011

La sinceridad

En esta sociedad de valores "light" y de posiciones politicamente correctas, hay muchas personas que se autodefinen como sinceras. Mejor dicho, se escudan en una sinceridad extrema.

Es habitual escuchar a muchas personas comentar: "Yo es que soy muy sincero" con el ánimo de justificar algún/os desliz/ces. Y la frase es más recurrida, cuanto más conciencia del daño que se ha causado se tiene.

Y yo me pregunto ¿Puede la sinceridad justificar cualquier palabra que salga de nuestra boca?

Sé que esta actitud nace de la necesidad de muchos de no ser etiquetados de "traidores"o "falsos". A nadie le gusta que se interpreten sus acciones o palabras como muestra de doble intencionalidad. De hecho, se suele rehuir de esa doble intencionalidad (o por lo menos, quiero pensar que es así habitualmente). Y este miedo al "que pensarán de mí" hace que se promulgue una sinceridad, sobre todo valor, delante de las personas que nos oyen.

En mi reflexión de hoy, quiero crear una imagen plástica más comprensible para que se entienda mi postura sobre este asunto tan espinoso y voy a recurrir a un símil automovilístico:

Cuando vamos a comprar un coche ¿Nos fijamos únicamente en la potencia del motor? Es lógico pensar que antes de la adquisición de un vehículo, en el que tenemos que depositar la confianza de nuestras vidas, valoraremos su potencia, pero también tendremos en cuenta otras características que refuercen esa potencia.
Quiero decir, que potencia sin seguridad posiblemente nos lleve a que un accidente a alta velocidad nos cueste la vida, en lugar de daños menos importantes. Pero mirar la potencia sin mirar el consumo de combustible nos puede llevar a una herida profunda en nuestra economía doméstica. Al igual que mirar la potencia sin valorar el confort que nos pueda ofrecer, puede llevarnos a daños en nuestra espalda.

En definitiva, la potencia por sí sola no es un valor que pueda suplir nuestras necesidades si no va acompañada por otras características, las cuales hacen que esa potencia se convierta en un valor mayor.

Con la sinceridad ocurre lo mismo.

¿Depositarías tu amistad en una persona que justifique todos sus errores con la sinceridad? Al igual que con el coche, la sinceridad necesita de unas dosis de TACTO, de unas gotas de SOLIDARIDAD y una gran cantidad de PRUDENCIA.

Si yo puedo decir lo que pienso sin tener en cuenta el daño que mis palabras pueden producir, la sinceridad se transforma en IMPRUDENCIA, y, posiblemente, fomente el que las personas huyan de mí.

No es cuestión de callar, es cuestión de saber CUANTO hay decir, COMO hay que decirlo, CUANDO decirlo y a QUIEN decirlo.

Cuando se juegan con estos cuatro parámetros, la sinceridad nos hace grandes, nos convierte en mejores personas, y nos ayuda a meternos en la piel del otro, utilizando la SOLIDARIDAD. Cuando no es así, nos convierte en charlatanes egoístas y egocéntricos, que anteponen su necesidad de decir cosas a los sentimientos de los afectados.

Pobre de aquel que sólo pueda ofrecernos sinceridad.