Una de las reglas más antiguas de la naturaleza es ésta: Adáptate o muere. Es una realidad cruenta que aquellos organismos que no consiguen adaptarse a los cambios de su entorno, tienden a desaparecer con el tiempo. Así parece que sucedió con el Homo Neanderthalensis cuando comenzó el florecimiento del Homo Sapiens, o con otras especies que no pudieron sobrevivir a las condiciones que la evolución y las fuerzas de la Naturaleza les impusieron.
Algo así está sucediendo en los últimos dos siglos con el Ser Humano. Desde la Primera Revolución Industrial, iniciada hacia finales del XVIII y concluida en torno a 1840 (momento en el que las máquinas de vapor pasaron a sustituir tanto a la fuerza animal en la agricultura y el transporte, como a la mano de obra humana en las grandes factorías), nuestra sociedad había dormitado en costumbres y usos, hasta que llegó la era tecnológica.
Y dentro de esa era tecnológica (en la que podríamos resaltar los cambios sobre hábitos domésticos debido a la introducción de máquinas que facilitan confort tales como lavavajillas, lavadoras, microondas, etc.), el móvil está creando una verdadera revolución, forzando a la adaptación de la infraestructura de nuestra ciudades.
Todo comenzó con la proliferación del uso de internet para el hombre de la calle, allá por la década de los noventa, y en el derivar ciertas costumbres hacia este nuevo medio (lectura y consulta de documentos, diarios, noticias, etc.). Es en esa misma década que los móviles de segunda generación nacen ya comienzan a llevar incorporada tecnología WAP para acceder a internet. Dos décadas mas tarde, el mundo no es concebible sin el móvil.
Usamos el móvil para ver televisión, para leer noticias y para interactuar con otras personas en las redes sociales, para hacer fotos y compartirlas on line. También lo usamos como despertardor y como agenda personal. En el móvil consultamos el tiempo que va a hacer en los próximos días, los resultados del fútbol o de la lotería o cuanto va a tardar el autobús en llegar a la parada.
Y ésto ha hecho que todo a nuestro alrededor cambie para que nuestro "electrodoméstico preferido" esté operativo en cualquier momento y lugar. Cargadores y enchufes para corriente en salas de espera de hospitales, autobuses, trenes, etc. es la última adaptación sufrida en nuestro entorno.
Atrás quedaron esos tiempos en los que se publicaban los efectos nocivos para la persona de la radiación emitida por los móviles o por las antenas de repetición. Eso no interesa ya a nadie, porque significaría pensar que el móvil puede causarnos daño, y no podemos vivir sin el milagroso aparatito.
Es más, el no tener uno de estos instrumentos puede ser ES motivo de discriminación entre jóvenes y personas maduras que quieren aparentar menos edad con la excusa de "estar al día". ¿Quien no ha escuchado éso de "¡Qué movil más antiguo!" o "¿No tienes móvil? y ¿Cómo eres capaz de vivir?"?
Otro dato interesante de analizar es cómo hemos pasado de usar el móvil para hablar con los demás a usarlo para "malescribirnos" con los demás. Poca gente usa el servicio de llamadas de voz, en beneficio del uso de mensajes escritos (SMS), textos en redes sociales (whatsapp, twitter, etc.) o la opción más novedosa: dictar el mensaje de viva voz para que el teléfono inteligente lo convierta en mensaje de texto en la red social.
En definitiva, el móvil no sólo ha traído fluidez en la comunicación escrita, sino que se ha convertido en un elemento de anulación de la capacidad de conversar (¿o no habéis visto ninguna reunión de jóvenes en bancos y bares, juntos pero cada uno con la cabeza hundida en su móvil?).